
Por fin ha finalizado este largo puente en el que se paraliza medio país y que es la antesala de las fiestas navideñas que ahora sí, están a la vuelta de la esquina, pues no quedan ni quince días para nochebuena, dos semanas escasas que a los adultos se nos pasarán en un suspiro y a los niños les parecerán una eternidad, pues, curiosamente, la percepción del tiempo cambia mucho con la edad, resultando que de pequeños tardaban un siglo en llegar las vacaciones, aunque paradójicamente luego se nos hacían cortísimas y de adultos apenas guardadas las maletas ya nos van diciendo en el trabajo que pensemos ya en los turnos de las siguientes vacaciones. Y es que los días pasan volando y en nada, estaremos con las compras de última hora del menú festivo, haciendo colas interminables en las tiendas para comprar lo que sea, pues son días que hay cola hasta en la farmacia, cosa que nunca me he explicado pues no creo que las aspirinas sean ingrediente de ninguna receta ni regalo de Papá Noel/Reyes (bueno, tal vez algún antiácido no estaría de más que nos dejaran en el árbol), al borde del estrés porque algo nos falta o se nos quema o nos avisan a última hora que vienen tres más y ¡zas!, precisamente este año tienes la cena justa porque estás hasta el moño de comer sobras seis días seguidos y encima ahora somos impares, con lo desequilibrada que queda la mesa larga con comensales impares, sí, ya sé que sólo es una cuestión de armonía y estética pero a estas alturas hasta el ruido de una pluma al caer al suelo te pone de los nervios y a ver si a la vecina le sobra alguna silla porque si no vas a tener que poner la banqueta del baño... Y te vuelves a jurar, por enésima vez, que el año próximo se celebra en otra casa y si nadie quiere pringar, pues de restaurante, que ya está bien que siempre se les pegue a los mismos...
Seguro que a alguien le suena algo de ésto, sobre todo de lo último, que siempre hay quien se escaquea y llega a la hora crítica a mesa puesta y cuando te ve con cara de cansancio corriendo de un lado a otro te salta aquéllo de “haberme avisado, que habría venido a ayudarte” o peor aún, “si no debieras liarte tanto, que con un par de cosinas es suficiente, que la cuestión es estar juntos” y ganas te quedan de sacarle un plato con un espárrago y un canapé a ver qué cara se le queda. Interiormente asesinas a la persona en cuestión, pero en tu exterior exhibes la mejor de tus sonrisas a la vez que piensas “todos los años dice lo mismo, qué poco original” y sabes, a ciencia cierta, que el año próximo se repetirá la misma escena, porque, desengañaos, por mucho que juréis y perjuréis que una y no más, sabéis que el tema celebraciones navideñas es irremediablemente el día de la marmota. ¿O no?.
De “cosina” podría tildarse a esta receta por lo facilísima que es, pero que no os engañe su sencillez, estas alitas están buenísimas, de verdad, se comen sin sentir, tanto que te dejan con ganas de más y os lo dice alguien a quien las alas de pollo, precisamente, no le entusiasman, sí, soy rarita, qué le vamos a hacer, pero así es la cosa. Para que la carne coja bien el sabor de las especias chimichurri, mejor dejadlas macerar 24 horas, pero si no es posible, con doce horas de maceración ya se pueden cocinar, aunque no tendrán tanto sabor. Es muy importante controlar la intensidad del fuego a la hora de rehogarlas para evitar quemar las especias, entre las que se encuentra el pimentón que como ya sabéis, se vuelve muy amargo al quemarse. La mezcla chimichurri que he usado, además del pimentón lleva perejil, orégano, ajo, cebolla, cayena y pimienta y la utilizo muchísimo, en seco, para sazonar el pollo asado, queda delicioso.
Esta receta de alitas chimichurri no aguanta muy bien el recalentamiento. De hecho no lo aconsejo, pues al consumirse casi todos los líquidos al hacer la salsa, quedando prácticamente sólo aceite, para calentar las sobras o añades agua, con lo que se recuece la carne porque se tiene que consumir toda para que la salsa recupere su textura inicial o las calientas sólo con el aceite, con lo que se queman las especias si está muy alto o se empapa el pollo si está muy bajo. Que si sobran no las vamos a tirar, pero no están ni la mitad de ricas recalentadas.
Venga, manos limpias, cuchillo afilado y a cocinar.

INGREDIENTES:
9 alas de pollo (las mías sin las puntas), 1 kgr., aprox.
1 tbs de mezcla de especias chimichurri (he utilizado Carmencita)
100 ml. de vino blanco seco
150 ml. de agua
AOVE
sal
ELABORACIÓN:
Lavar y secar la alas de pollo. Eliminar los posibles restos de plumas y cortarlas por la conyuntura. Disponer en un recipiente hermético.
Mezclar en un bol las especias chimichurri y 15 ml. de aceite de oliva virgen extra. Embadurnar con esta mezcla las alas de pollo, tapar y llevar al frigorífico de 12 a 24 horas.
Al día siguiente, sacar las alas del frigorífico con antelación suficiente para que alcancen la temperatura ambiente.
Disponer un fondo generoso de aceite de oliva virgen extra en una cazuela amplia donde quepan las alas en una sola capa. Llevar al fuego y rehogar el pollo a fuego medio-alto hasta que las tajadas cambien de color pero sin que se doren, de esta forma se evita quemar las especias.
Añadir el vino blanco, levantar el hervor y cocer dos minutos para evaporar el alcohol. Agregar el agua y sal al gusto, tapar y cocinar 15 minutos a fuego medio. Dar vuelta a las alas de pollo, subir el fuego y cocinar otros 15 minutos, destapada. Si pasados diez minutos aún hubiera mucha salsa, subir el fuego para que el agua y el vino se consuman casi en su totalidad.
Dejar reposar, tapadas, 5 minutos antes de servir.
A comer.