viernes, 25 de febrero de 2022

Champiñones con calabacín en salsa de yogur

Mientras contemplo el cielo lleno de nubarrones pero sin que caiga una triste gota de agua, me doy cuenta de que tenemos los carnavales a la vuelta de la esquina, unos carnavales que aunque con restricciones, algunas particularidades y seguramente algo “descafeinados” vuelven a celebrarse después de un año en blanco. En Zamora, donde la gente es muy carnavalera, el programa será parecido al de los tiempos pre-pandemia porque al fin y al cabo somos cuatro gatos y las aglomeraciones son bastante fáciles de evitar, salvo, claro está, que nos empeñemos todos en estar en el mismo sitio a la misma hora, que eso pasa, os lo digo yo, siendo ya el colmo en semana santa, que mira que las procesiones son largas y lentas, pero los recorridos siempre están abarrotados, literalmente. No sé si habéis estado alguna vez en la semana santa de Zamora: es la única época del año en la que la ciudad está a reventar. Hay gente por todos los sitios y en las procesiones no os podéis imaginar la de cofrades que salen y la de público que las ve. Que si cuentas a todos salen más habitantes que los que hay en la ciudad y es que el zamorano emigrante no sólo vuelve a casa por navidad, como el turrón, sino también por semana santa y en agosto. Matemático. Una ciudad tan poco poblada, con una población tan envejecida y bastante apagada socialmente, se transforma en un lugar completamente desconocido en esas fechas, en las que vayas donde vayas hay gente, grande, mediana y chica, de todas las edades y condiciones, llenando bares y restaurantes, formando largas colas en las tiendas para comprar, ¡si hay colas hasta en las farmacias! y llenando calles, plazas y jardines de una algarabía inusual.

El caso es que si me hubiera dado cuenta de las fechas, podría haber cocinado alguna fruta de sartén, tan típicas y tradicionales del carnaval, pero aquí vengo con una receta verde, bastante más ligera que una flores fritas y sin el cargo de conciencia que éstas nos pueden dar. Y hablando de las flores, siendo bastante pequeña me quemé los dedos con un molde: estaba mi madre friendo flores y acababa de dejar uno de los moldes en el fregadero, recién sacado del aceite y sin saber que estaba caliente lo cogí... Aún recuerdo la escena y las ampollas en las yemas de los dedos. Y es que desde bien pequeña anduve dando vueltas por la cocina cuando mi madre guisaba y aunque no nos dejaba ni meter una cuchara en la salsa de tomate, el querer ayudar tiraba mucho, así que era lógico que ocurriera algún accidente. Aún así, es el único que recuerdo haber tenido, porque a pesar de todo siempre teníamos mucho cuidado. ¡Cómo hubiera disfrutado hoy en día que se fomenta la participación de los niños en la cocina desde bien pequeños!.

No se puede volver atrás, así que habrá que conformarse con disfrutar de las recetas que hacemos hoy, como estos champiñones con calabacín, que quedan muy ricos y suaves y son fáciles de preparar. Personalmente me gustan recién hechos y templados más que calientes, pero si sobran se conservan bien, simplemente habrá que calentarlos a fuego bajo y tapados para que no se queden secos, ya que, aunque jugosos, quedan con la salsa justa.

Venga, manos limpias, cuchillo afilado y a cocinar.

INGREDIENTES:

350 gr. de champiñones de pié cortado

175 gr. de calabacín

50 gr. de cebolleta tierna

50 ml. de brandy

40 gr. de yogur griego bajo en grasa, a temperatura ambiente

1/2 tsp de hierbas provenzales

1/4 tsp de pimienta blanca molida

AOVE

sal

ELABORACIÓN:

Limpiar los champiñones con papel de cocina para eliminar los restos de tierra. Si estuvieran muy sucios, lavarlos bajo el grifo con un hilo de agua y uno a uno, frotándolos con un cepillito para eliminar la tierra y secándolos inmediatamente con papel de cocina. Una vez limpios, cortarlos en cuartos o sextos, según tamaño y reservar.

Lavar y secar el calabacín. Cortar, sin pelar, en dados de un centímetro o centímetro y medio de lado. Reservar.

Quitar las raíces y la primera capa de la cebolleta. Picar en brunoise y reservar.

Poner una sartén al fuego con un fondo de aceite de oliva virgen extra y rehogar a fuego medio la cebolleta hasta que se ablande. Agregar el calabacín y un poco de sal y continuar rehogando hasta que esté cocinado y se haya consumido casi todo el agua de vegetación, removiendo con cuidado para no se deshaga. Sacar a un plato y reservar al calor.

En la misma sartén y sin necesidad de limpiarla, poner un fondo de aceite de oliva virgen extra y calentar a fuego fuerte. Incorporar los champiñones y saltearlos, siempre a fuego fuerte, hasta que empiecen a soltar agua. En ese momento, añadir el brandy, la pimienta blanca molida, las hierbas provenzales y sal al gusto. Bajar el fuego a medio y cocinar hasta que estén hechos, unos 5-6 minutos. Devolver el calabacín a la sartén, mezclar cuidadosamente el conjunto y cocinar otros cinco minutos. Deberá consumirse casi toda la salsa pero no quedar seco.

Apartar la sartén del fuego y rectificar de sal. Dejar que pierda un poco de temperatura, añadir el yogur y mezclar lo justo para que se integre.

Servir inmediatamente.

A comer.

domingo, 20 de febrero de 2022

Ragú de pollo en olla lenta de Lidl (slow cooker)

Me había jurado a mí misma que no, que no la iba a comprar, que no tenía dónde poner otro cacharro, que seguro la iba a usar poquísimo, que corría el riesgo de que me echaran de casa... Fui a Lidl a hacer la compra y al pasar por la sección de bazar, aún tenían dos ollas de cocción lenta que habían sobrado de la semana anterior. Pues que no me lo pensé dos veces, cogí una y para el carrito y eso que no iba con la idea de comprarla, de hecho no había ido la semana anterior para evitar tentaciones. Me veía a mí misma cogiendo la olla como si fuera otra persona la que la estuviera cogiendo, de nada habían servido los juramentos ni los razonamientos previos, mi yo caprichoso mandó a freír espárragos a mi yo práctico que en aquél momento no sé dónde andaba (lejos o distraído, a tenor del resultado) y se quedó tan fresco y feliz.

Pero al llegar a casa me entró el arrepentimiento, qué iba a decir este hombre, que ya me dice muchas veces que no hay dónde poner más trastos en la cocina y que además no utilizo ni la mitad (gran verdad), así que, la escondí. Verídico. Ha estado escondida, que no guardada, que no es lo mismo, casi un mes hasta que me decidí a sacarla. Si hubiera sido una sartén o una cazuela, podía haberla usado y guardado sin que llegara a verla, porque cuando cocino no suele estar en casa, pero claro, un trasto que se pasa cuatro horas encima del mostrador de la cocina no pasa desapercibido, precisamente. Así que en cuando la vio, preguntó “¿otro cacharro nuevo?” y tuve que decir que sí, pues tiene mejor memoria para estas cosas que la que tenía mi padre que cuando le hacía a mi madre (otra gran cacharrera) la misma pregunta, siempre le decía ésta, sin que se le moviera el gesto, “anda que no hace tiempo que lo compré” y el hombre la creía, aunque no siempre, que alguna vez la pillaba en falta y echándose a reír le decía que si seguía comprando más cacharros tendrían que pasar a casa de la vecina a guardarlos en su cocina porque en la suya ya no cabía nada... y mi madre, riéndose, prometía que sería el último, cosa que ambos sabían a ciencia cierta que era algo que no iba a pasar. Ésto sucedió bastantes veces y es algo que recordamos con cariño mi madre y yo en muchas ocasiones.

Una vez que la olla lenta hizo su presentación en sociedad, tocaba utilizarla, al menos para justificar su compra y aprender a usarla, que en principio tiene el mecanismo de un colador, pero hay que cogerle el tranquillo, porque hay que tener en cuenta algunas cosillas. De lo que he cocinado hasta ahora, lo que más me ha gustado es este ragú, pues son precisamente este tipo de guisos que se cocinan a fuego lento durante bastante tiempo los que se benefician del uso de la olla lenta, La carne de pollo ha quedado tierna, suave y jugosa y el guiso con un sabor profundo y rico. Tanto que se puede comer a cucharadas, aunque yo lo he hecho para utilizarlo en otras recetas, principalmente como relleno y es por ese motivo que he dejado reducir la salsa casi al completo.

Para aprovechar la energía que consume la olla, que aunque no mucha ha estado conectada tres horas, lo ideal es cocinar tanta cantidad de alimento como quepa dentro y luego congelar en porciones. Mi olla tiene tres litros y medio de capacidad y cabe holgadamente todo el guiso, incluso se podría haber cocinado algo más. Lo digo por si alguien se anima.

La receta la he adaptado de la que publicó hace un año Concha en su blog De Buena Mesa y está buenísima. Si queréis ver cómo se hace de forma tradicional, no dejéis de visitar su blog.

Aún estoy buscándole sitio a la olla, que es que no os miento cuando os digo que ya no tengo dónde poner más cacharros...

Venga, manos limpias, cuchillo afilado y a cocinar.

INGREDIENTES:

1.250 gr. de carne de pollo picada (he utilizado muslos y contramuslos)

280 gr. de salsa de tomate casera espesa

40 gr. de pasta de tomate concentrada

200 gr. de cebolla

100 gr. de zanahoria

175 gr. de pimiento verde

125 gr. de pimiento rojo

1 diente de ajo grande

100 ml. de vino blanco seco

2 tsp de orégano seco

1 tsp de albaha seca

15 gr. de sal (o al gusto)

75 ml. de AOVE

ELABORACIÓN:

Mezclar en un cuenco la salsa de tomate casera y el tomate concentrado hasta que ambos se integren de forma homogénea. Reservar.

Eliminar piel y raíces de la cebolla y picarla en brunoise. Lavar, pelar y rallar la zanahoria con un rallador de agujero grueso. Lavar los pimientos, eliminar tallos, semillas y nervaduras internas y picar en brunoise. Pelar el ajo, eliminar el germen si lo tuviere y prensar con una prensa de ajos.

Llevar al fuego una sartén honda y grande y calentar el aceite de oliva virgen extra. Rehogar todas las verduras juntas a fuego medio-alto hasta que consuman todo el agua de vegetación. Agregar la carne picada de pollo, subir un poco la intensidad del fuego y seguir cocinando el conjunto justo hasta que la carne cambie de color, separándola al mismo tiempo con una cuchara de madera para que quede suelta.

En el mismo momento en que cambie el color de la carne, agregar la sal y el vino blanco y seguir cocinando hasta casi evaporarlo por completo. Apartar del fuego, añadir la mezcla de tomates y remover para distribuir.

Verter el contenido de la sartén en el recipiente de porcelana de la olla lenta. Tapar, conectarla y cocinar tres horas en función ALTA (200 watios). Remover el ragú 2-3 veces durante la cocción. Comprobar el nivel de líquido a las dos horas de cocción y continuar ésta destapada si fuera necesario reducirlo, teniendo en cuenta que al final tendrá que haberse consumido casi por completo. Media hora antes de finalizar, añadir el orégano y la albahaca, removiendo para que queden bien repartidas.

Desconectar la olla lenta, rectificar de sal si procede y dejar que el ragú se enfríe en ella, destapado. Una vez esté completamente frío, pasarlo a un recipiente con tapadera hermética y conservar en el frigorífico al menos 12 horas antes de consumir, mejor si son 24 horas pues mejora muchísimo el sabor con el paso de las horas.

Utilizar según demande la receta o degustar a cucharadas.

A comer.

martes, 15 de febrero de 2022

Patatas con butifarra blanca, en olla WMF

Febrero volvió a jugar con nosotros y el primaveral sábado abrió la puerta a un domingo revuelto y un lunes algo más que fresquete. Hoy no sé qué tiempo tendremos, a lo que parece no más de lo mismo pero yo, por si acaso, he preparado unas patatas con butifarra, reconfortantes y calentitas y que nos van a saber a gloria. Y es que, aunque el tiempo intente engañarnos y nos animemos a preparar platos frescos, sigue siendo invierno y todavía, al menos por aquí, nos quedan muchos platos de cuchara por cocinar.

Las patatas guisadas son un plato rápido y fácil de preparar. Iba a decir también “barato”, pero llevamos unos meses que el precio de las patatas está por las nubes, tanto que habíamos dejado de cultivarlas porque salía más caro que comprarlas en la tienda pero vistos los precios que tuvieron el año pasado, volvimos a sembrarlas porque volvía a ser rentable.

Normalmente en casa suelen ser un plato de aprovechamiento: si me ha sobrado un poco de carne guisada y mucha salsa del guiso, con eso y un sofrito se preparan unas patatas guisadas para chuparse los dedos que en la mayoría de las ocasiones se convierten en un plato único y completo. Aunque no siempre es así, como las patatas de hoy que no están hechas con sobras pero siguen siendo un plato sabroso y satisfactorio. En casa nos gustan poco caldosas, incluso un poco espesas y suelo utilizar patatas harinosas para que el caldo quede trabado. Pero eso es una cuestión de gustos, lógicamente, así que coged las patatas que más os gusten, comprad una butifarra buena y disfrutad de este rico plato.

Venga, manos limpias, cuchillo afilado y a cocinar.

INGREDIENTES:

500 gr. de patatas (peso sin piel)

175 gr. de butifarra blanca fresca

50 gr. de cebolla

75 gr. de pimiento rojo

1 diente de ajo

1 hoja de laurel

1/8 tsp de pimienta negra molida

10 granos de pimienta negra

2 clavos de olor

1 pastilla de caldo de carne

AOVE

sal

agua

ELABORACIÓN:

NOTA: Los tiempos de cocción que se indican lo son para una placa vitrocerámica de inducción. En el caso de utilizar otra fuente de calor (eléctrico, gas, halógeno), los tiempos variarán, debiendo ser adaptados. Lo mismo ocurre en caso de utilizar otra olla a presión o una cazuela convencional.

Lavar las patatas para eliminar la posible tierra que pudieran tener, pelar, volver a lavar por si quedaran residuos de tierra, secar y cortar en trozos de tamaño medio. Al cortarlas, no llegar con el cuchillo hasta el final del corte, sino tronchar el final. De esta forma, la patata liberará almidón y espesará el caldo. Reservar.

Pelar el ajo, eliminar el germen, si lo tuviere y laminar. Pelar la cebolla y cortarla en brunoise. Lavar el pimiento, eliminar semillas, pedúnculo y fibras interiores y cortar en trozos medianos. Reservar todas las hortalizas por separado.

Cortar la butifarra en rodajas sin quitar la piel y reservar.

Poner un fondo de aceite de oliva virgen extra en la olla rápida y llevar al fuego. Añadir el ajo y freír hasta que empiece a dorarse. Desechar el ajo y agregar a la olla la butifarra. Freírla hasta que empiece a dorarse ligeramente y apartarla a un plato.

Introducir en la olla la cebolla. Freír a fuego medio y en el momento en que la cebolla empiece a dorarse, agregar las patatas, rehogar un minuto y añadir agua, justo hasta cubrirlas. Incorporar a la olla la butifarra, el pimiento rojo, los clavos, el laurel lavado, la pimienta negra entera y la molida, la pastilla de caldo desmenuzada y sal al gusto. Levantar el hervor y colocar la tapadera de la olla. Cerrarla.

Cocer 5 minutos contados desde que suba la válvula por completo. Apagar el fuego, retirar y dejar que pierda toda la presión antes de abrirla.

Rectificar de sal, si procede y servir.

A comer.

jueves, 10 de febrero de 2022

Egg salad (ensalada de huevos). Receta de Estados Unidos

Sheldon Cooper mencionaba la ensalada de huevos en uno de sus habituales comentarios políticamente incorrectos de los que se encuentra tachonada la serie The Bing Bang Theory. Hasta que la oí nombrar en dicho capítulo (para l@s curios@s, fue en el titulado “The Egg Salad Equivalency”) era completamente desconocida para mí y sinceramente, despertó mi curiosidad, aunque no fue hasta hace relativamente poco tiempo que me puse a buscar su receta. En esta búsqueda, me enteré que, aparte de ser una receta típica de Estados Unidos, su origen parece encontrarse en la necesidad de utilizar el excedente de los huevos de Pascua (ya sabéis, como en Cuaresma no se podían comer huevos, se almacenaban, normalmente cocidos para que duraran más tiempo y no se consumían hasta que se acababa el tiempo de ayuno y abstinencia). Recetas para aprovechar ese excedente de huevos hay a montones por todos los países de tradición católica, sin salir de casa tenemos la típica mona de Pascua, por ejemplo, pero lo bueno de esta receta de ensalada es su extrema sencillez, que además de prepararse en un momento, permite el uso de bastantes huevos, ya que, según he podido leer, en su versión más sencilla se compone de huevos cocidos, mayonesa, algún elemento ácido y algún elemento crujiente y fresco. Y ya está. Simple y sabrosa.

El elemento ácido suele ser mostaza y zumo de limón. Como esa acidez me parecía excesiva, he sustituido el zumo por ralladura. El elemento crujiente suele ser apio y cebolleta. El primero me gusta, pero con moderación y como había que ponerle bastante, lo he omitido. De la segunda tiene suficiente, ya que hay que tener en cuenta que las cebolletas de este tiempo son más duras y picantes que las de primavera y excederse en su cantidad puede arruinar la ensalada al apoderarse su sabor de toda ella. Para añadir un poco más de crujiente, he utilizado mostaza a la antigua, por las semillas. Por último, la parte fresca, que suele ser eneldo y perejil, en mi versión ha sido éste último. Que conste que he leído un montón de recetas y no habiendo dos iguales, sí he visto que se utilizan todos los ingredientes que yo he usado, así que he cogido de aquí y de allá y éste es el resultado.

¿Lo importante para que una ensalada de huevo tenga éxito? El punto justo de mayonesa y que la ensalada no sea pesada y mazacote; tiene que resultar fluida, del tal manera que al ponerla en un montoncito, el huevo se desplace perezosamente por los costados. Así que según sea de densa la mayonesa utilizada, tal vez haya que corregir la textura de la ensalada añadiendo un poquito de leche.

Está más rica recién hecha o con pocas horas, así que tenedlo en cuenta si la vais a preparar con mucha antelación, pues los sabores ácidos se acentúan mucho y las yemas tienden a espesarla.

Curiosamente es una ensalada que, aunque también se come en plato, normalmente de consume en sandwich, sola entre dos rebanadas gruesas de pan de molde o con algún ingrediente adicional. En casa la hemos cenado en pan de mollete ligeramente tostado, con una base de lechuga y coronada por unos langostinos cocidos. Riquísimo bocata. Lo siento, no hay fotos porque con la luz artificial me quedan fatal. Sólo le veo un inconveniente a esta versión sandwich y es que al morder el pan se sale todo el relleno de huevo, igualito que cuando comes una hamburguesa solo que más pringoso. Bueno, al menos cuando la como yo, que la mitad del relleno acaba en el plato mientras veo cómo a A. sólo se le han caído dos o tres trocitos. Por no hablar que yo me pongo de salsa hasta los codos y él, no sé cómo lo hace, acaba casi impoluto... Con lo repulida que soy comiendo, cáchis. Me parece que el problema está en que aprieto el pan como si no hubiera un mañana y claro, parte del relleno, necesariamente, huye de tal espachurramiento.

Venga, manos limpias, cuchillo afilado y a cocinar.

INGREDIENTES:

4 huevos tamaño L, a temperatura ambiente

90 gr. de salsa mayonesa

10 gr. de salsa de mostaza a la antigua

25 gr. de cebolleta tierna

1 tbs de hojas de perejil, muy picadas

1/4 tsp de ralladura de piel de limón

1/8 tsp de pimienta negra molida

una pizca de azúcar blanquilla

una pizca de sal fina

ELABORACIÓN:

Poner una olla al fuego con suficiente agua para cubrir los huevos y llevar a ebullición. Cuando rompa el hervor, añadir un puñado de sal gruesa e introducir los huevos con cuidado para que no se rompan. Cocerlos 14 minutos contados desde que el agua vuelva a hervir.

Una vez finalizado el tiempo de cocción, sacar los huevos a un bol con agua muy fría, incluso con hielo, para detener la cocción y facilitar después la eliminación de la cáscara. Dejar enfriar completamente.

Una vez fríos, pelar los huevos. Pasarlos por un chorro de agua para eliminar posibles restos de cáscara, secar con papel de cocina y picar groseramente. Reservar.

Picar la cebolleta menuda y mezclar con la mayonesa, la mostaza, el perejil, la ralladura, la pimienta, el azúcar y la sal. Remover para que se disuelvan sal y azúcar. Añadir los huevos picados, remover, tapar y llevar al frigorífico hasta el momento de consumir.

Degustar fresca.

A comer.

sábado, 5 de febrero de 2022

Pain d'épices au miel (pan de especias con miel). Receta de Francia

Pan de especias o pain d'épices y no, por favor, pan de jengibre, que es la traducción del inglés del gingerbread, adaptación británica del pain d'épices francés, origen de este delicioso bizcocho, que saltando el charco aumentó considerablemente su porcentaje de jengibre y de ahí el cambio de nombre, supongo, lo que explica que se encuentren muchas recetas en español bajo la denominación de “pan de jengibre” en las que el jengibre, precisamente, no es una de las especias principales, pero con la que se denomina, de forma genérica, a casi cualquier bizcocho especiado.

El pan de especias parece ser que fue introducido en Francia por un monje armenio allá por el siglo X y de ahí se extendió por el norte y centro de Europa. Claro, que otras fuentes dicen que el pan de especias, tal y como se conoce hoy, tiene su origen en China y fue traído a Europa por los cruzados. Vamos, que éstos se iban a hacer la guerra santa y de paso les pedían sus recetas a los lugareños... No quiero entrar en controversias sobre el origen de este pan ni polemizar si su cuna europea es Francia u otro país, que también he encontrado distintas versiones sobre ésto. Me voy a ceñir a la que parece ser la versión más generalmente aceptada, al pain d'épices francés.

Aceptada sí, pero receta única, no. Existen en el vecino país tres tradiciones de pan de especias, el pan de especias de Alsacia, el de Reims y el de Dijon. El primero tiene su propio museo en la localidad alsaciana de Gertwiller y en Dijon existe una fábrica fundada en 1796 de la que vi hace un par de años un reportaje en la televisión, en el que se mostraba su preciosa tienda, un espacio museístico muy interesante y la fabricación del pan, que era una gozada ver cómo manejaban la masa. ¿Diferencias entre las tres tradiciones? En general, la utilización de harinas de trigo o centeno o una mezcla de ambas y el uso o no de huevos, grasa o masa madre. No he encontrado referencias fiables de las diferencias entre dichas tradiciones, si no más bien, informaciones comúnmente aceptadas, así que no voy a entrar más en ello. Lo que sí me ha quedado claro es que hay tantos panes de especias como cocineros, igualito que ensaladillas rusas, pongamos por caso, que raro es que haya dos recetas iguales.

Así que he adaptado esta receta y ha salido un pan de especias espectacular, una auténtica delicia que voló antes de que pudiera probarlo con una receta salada. Porque en Francia también se usa en recetas saladas, algo que me da mucha curiosidad, la verdad y que probaré en otra ocasión, cuando hornee otro pan de especias, porque tengo montones de recetas archivadas que ya os aviso irán apareciendo por aquí.

Antes de dejaros con la receta: al tener un alto contenido en miel, se forma como una especie de costra caramelizada (lo que le da una textura muy ligeramente pegajosa), por lo que aconsejo forrar el molde con papel sulfurizado y embadurnar bien éste con mantequilla. La receta original habla de miel caliente y leche tibia, yo he preferido medir la temperatura de ambos ingredientes para asegurarme de no cocer los huevos. También aconseja dejarlo reposar 24 horas para que se desarrollen los sabores y yo, muy obediente, así lo hice, pero cuesta porque tiene un olorcillo...

Venga, a lavarse las manos y a cocinar.

INGREDIENTES:

250 gr. de harina de trigo de todo uso

16 gr. de impulsor químico (tipo Royal)

100 gr. de azúcar blanquilla

5 gr. de mezcla de especias para pan de especias

250 gr. de miel de brezo

2 huevos tamaño L, a temperatura ambiente

100 gr. de leche desnatada

mantequilla para el molde

*Y además:

un molde de 27 cm. de largo por 9 cm. de ancho (medidas de la base) por 8 cm. de alto o de 1'700 ml. de capacidad

papel sulfurizado

termómetro de cocina

ELABORACIÓN:

Precalentar el horno a 170º C con calor arriba y abajo.

Enmantequillar el molde, forrar base y costados con papel sulfurizado y enmantequillar el papel. Dejar a un lado.

Mezclar en un bol con la ayuda de una cuchara la harina de trigo, el azúcar, el impulsor químico y las especias. Reservar.

Calentar la miel hasta que alcance los 65º C, midiendo la temperatura con un termómetro de cocina. Verter caliente en el bol de la harina y mezclar someramente con la cuchara. Añadir los huevos enteros, de uno en uno, no añadiendo el segundo hasta que el primero se vea integrado.

Calentar la leche a 45º C, midiendo la temperatura con el termómetro. Agregar al bol y mezclar hasta obtener una masa suave y homogénea.

Verter la mezcla en el molde preparado, dar unos golpecitos suaves sobre la encimera para que suban las burbujas de aire e introducir en el horno, con la rejilla colocada a media altura.

Hornear 45 minutos a 160ºC con calor sólo por abajo. Finalizado el tiempo, comprobar la cocción pinchando el centro del pan con una brocheta: debe salir seca. Si no fuera así, prolongar el horneado en intervalos de cinco minutos, comprobando cada vez el punto de cocción.

Sacar el molde del horno y colocar encima de una rejilla. Desmoldar cuando esté completamente frío, eliminar el papel de horno y dejar que repose 24 horas antes de consumir.

Disfrutar con un café, un té, un vaso de leche o a palo seco.

A comer.

martes, 1 de febrero de 2022

Bizcochitos de nata y turrón de crema catalana

A estas alturas del año aún queda algún resto de turrón por casa, dando vueltas por la cocina sin que nadie lo coma y eso que este año apenas he comprado turrón, pero está visto que pasadas las fiestas, ya no le hacemos ni caso a los dulces navideños. Como sé que ésto pasa todos los años, ya tenía yo ideado un postre con las sobras del turrón de Jijona, pero precisamente ése se acabó hace tiempo, así que, cambio de planes. ¿De qué turrón hay más sobras, del de crema catalana? Adjudicado para un bizcocho, que siempre es apuesta fácil y segura. Bueno, segura en esta ocasión no, porque en vez de utilizar una receta ya probada, me vine arriba y decidí experimentar, aunque no vayáis a pensar que he arriesgado mucho, que en repostería no me atrevo y tampoco quería que el experimento acabara en la basura, que acababa de tirar un paquete de nata imposible de aprovechar, que de tanto que se había pasado de fecha ya lo tenía que tratar de usted y no quería que el bizcocho siguiera el mismo camino. Y la suerte del principiante, han salido unos bizcochitos muy ricos, suaves y tiernos.

También he aprovechado un brick de nata del que había utilizado sólo un poco. Lo de utilizar moldes pequeños ha sido una excusa para estrenarlos, que los compré haces unos meses y aún no los había usado y porque quedaban más monos.

Como he aprovechado el turrón y la nata, es mi propuesta de este mes para el proyecto 1+/-100, desperdicio 0

que Marisa, desde su blog Thermofan, promueve para evitar el desperdicio de alimentos y el reciclaje en general.

Venga, a lavarse las manos y a cocinar.

INGREDIENTES:

120 gr. de harina de trigo de todo uso

30 gr. de almidón de maíz, tipo Maizena

8 gr. de impulsor químico, tipo Royal

una pizca de sal

2 huevos talla L, a temperatura ambiente

75 gr. de azúcar moreno

150 gr. de nata con un 35% de materia grasa, a temperatura ambiente

2-3 gotas de extracto de almendras amargas

70 gr. de turrón de crema catalana, frío

azúcar glas

* Y además:

un rallador de agujero grueso

unas varillas manuales

3 moldes rectangulares metálicos de 12'5 cm. de largo por 5'5 cm. de ancho (medidas de la base) y 5 cm. de alto o de 380 ml. de capacidad, mínima, cada uno

papel sulfurizado

mantequilla para los moldes

ELABORACIÓN:

NOTA: Los tiempos, temperaturas, fuentes de calor y posición de la bandeja en el horno que se indican, son los que funcionan en mi horno. Como no hay dos hornos iguales (ni siquiera siendo de la misma marca y modelo), cada cual deberá adaptar la forma de cocción a su horno, aunque probablemente las correcciones habrán de ser mínimas.

La noche anterior, llevar al frigorífico el turrón bien envuelto o dentro de un recipiente hermético para que no coja olores extraños.

Al día siguiente, rallar el turrón frío con un rallador de agujeros grandes. Tapar y devolver al frigorífico hasta el momento de su utilización.

Precalentar el horno a 180º C, con calor arriba y abajo.

Enmantequillar los moldes, forrar bases y costados con papel sulfurizado y enmantequillar ligeramente el papel. Dejar a un lado.

Tamizar juntos la harina de trigo, el almidón de maíz, el impulsor químico y la sal. Reservar.

Cascar los huevos en un bol, agregar el azúcar moreno y batir con las varillas manuales hasta que los huevos espumen ligeramente. Añadir la nata y el extracto de almendra y mezclar. Agregar la mezcla de harinas en tres veces e integrar sin batir. Por último, incorporar el turrón picado frío y mezclar someramente para distribuirlo.

Repartir la mezcla entre los moldes e introducirlos en el horno, colocando la rejilla a media altura. Hornear 30 minutos a 180º C, con calor arriba y abajo. Comprobar el punto de cocción pinchando con una brocheta el centro de un bizcochito: debe salir seca. Si no fuera así, prolongar el horneado otros dos minutos o hasta que la brocheta salga seca.

Sacar del horno y colocar los moldes sobre una rejilla. Desmoldar a los 10 minutos, colocando los bizcochos nuevamente en la rejilla hasta que se enfríen por completo, retirando delicadamente el papel sulfurizado cuando la temperatura de los bizcochos permita su manipulación.

Una vez fríos, espolvorear con azúcar glas al gusto.

A comer.