
Febrero se despidió con temperaturas altas para esta zona, abriéndole la puerta a marzo que para no quedar mal también nos regala hoy un día muy cálido y soleado, de esos de primavera adelantada que son una gozada pues nos alegran el ánimo y ayudan a hacer más corto el por aquí largo invierno. La primavera viene, como siempre, empujando, haciendo que florezcan almendros y ciruelos tempranos (yo ya tengo uno con flores), salpicando cunetas con florecillas silvestres, volviendo locos a los pájaros que no dejan de gorjear en todo el día y haciendo que en las noches los cristales de las ventanas se llenen de mosquitos, polillas y demás insectos nocturnos atraídos por la luz que sale por ellas. Y es que las temperaturas acompañan, si le da por llover, ya va a ser una fiesta. Volverán, porque es lo normal, días fríos que nos recuerden que “hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo” y heladas que se llevarán por delante la mayor parte de las flores de los frutales. Pero es el ciclo de la vida y así hay que tomarlo, sonriéndole al sol cuando nos regala su luz y su calor y sacando el abrigo sin lamentaciones cuando el frío vuelva a hacer acto de presencia recordándonos la fecha del calendario. Además, acostumbrados como estamos a los cambios estacionales, sería muy aburrido que siempre hubiera el mismo clima. Recuerdo el año que viví en Tenerife, el invierno suave y el verano cálido, tan distintos a los heladores inviernos y los tórridos veranos que tenemos en Castilla, ¡si las navidades no me parecieron navidades porque no hacía frío! Seguro que de haber vivido más tiempo me habría acostumbrado a esa monotonía climática, creo.
Donde resulta muy fácil salir de la monotonía es en la cocina. Si quisiéramos, podríamos estar muchos años comiendo y cenando sin repetir recetas, con tantas como hay en libros e internet, a las que si añadimos las de familiares, amigos, desconocidos de la cola del mercado y cosecha propia, tal vez necesitáramos más de una vida para probarlas todas. A este último grupo de recetas pertenece la de hoy, larga en su lectura pero fácil en su elaboración, para comer a temperatura ambiente en esta época y fresquita en verano, de las que hay que hacer con antelación para que se asiente y es perfecta para tenerla hecha cuando volvemos de trabajar o de la piscina. Además es de aprovechamiento pues una de las berenjenas ya estaba un poco lacia y los champiñones habían conocido mejores días. Sí, ya sé que van dos recetas seguidas con champiñones, pero no sé si os pasa que hay temporadas en las que cocinas casi todo con los mismos ingredientes y eso me está pasando ahora con champiñones, berenjenas y calabacines. Seguro que después me olvidaré de ellos y pasaré semanas sin cocinarlos, pero de momento son omnipresentes en mi cocina y por ende, en el blog.
He cocido poco el pastel porque buscaba una textura más bien cremosa pero no untable, así que cuando a los 45 minutos lo pinché y la aguja salió húmeda y con un pegotito de masa, lo saqué del horno. Conseguí así la textura que buscaba: suave y sedosa pero con el cuerpo suficiente para que ni el pastel ni las porciones se vinieran abajo.
Un último consejo: picad los champiñones pequeñitos pues los trozos grandes os estropearán el corte.
Siendo como es una receta de aprovechamiento, es también mi aportación mensual al proyecto 1+/-100, desperdicio 0, que mensualmente gestiona Marisa desde su blog Thermofan.

Sin más preámbulos os dejo con la receta, que fotogénica no es y aunque está mal que yo lo diga, está un rato buena...
Venga, manos limpias, cuchillo afilado y a cocinar.

INGREDIENTES:
675 gr de berenjena (dos berenjenas medianas, aproximadamente), a temperatura ambiente
100 gr. de cebolla
1 diente de ajo mediano
250 gr. de champiñones blancos de pié cortado
20 gr. de tomate seco en aceite, escurrido
30 ml. de vino blanco dulce
1/4 tsp de tomillo seco
50 ml. de leche desnatada, a temperatura ambiente
20 gr. de leche desnatada en polvo
4 huevos tamaño L, a temperatura ambiente
40 ml. de AOVE
sal
margarina (para el molde)
pan rallado (para el molde)
unas hojas verdes y sésamo negro para decorar (optativo)
* Y además:
un molde de silicona de 20 cm de largo por 11 cm de ancho (medidas de la base) y 5'5 cm de alto o de 1.250 ml. de capacidad, mínimo
una bandeja de paredes altas apta para horno más grande que el molde de silicona, para el baño María
ELABORACIÓN:
Untar con margarina todo el interior del molde de silicona. Espolvorear con pan rallado, retirar el sobrante y dejar a un lado.
Lavar las berenjenas y cortarlas a lo largo. Realizar unos cortes en la carne de cada mitad siguiendo un patrón romboidal. Cuantos más cortes se practiquen, antes se asarán.
Colocar contrapeadas dos porciones de berenjena en un plato llano, tapar con una tapadera apta para microondas y asar en éste 5 minutos a 800 watios de potencia. Dejar reposar otros 5 minutos dentro del microondas, sacar y comprobar el punto de cocción: si la carne no se despegara de la piel, asar nuevamente a intervalos de un minuto, con reposos también de un minuto, hasta que estén hechas. Proceder del mismo modo con las otras dos mitades.
Cuando la temperatura de las berenjenas permita su manipulación, retirar toda la carne con la ayuda de una cucharilla. Desechar las pieles y reservar la pulpa.
Eliminar las raíces y la primera capa de la cebolla y picar en brunoise. Pelar el diente de ajo, eliminar el germen si lo tuviere y laminar.
Pochar la cebolla y el ajo en 20 ml. de aceite de oliva virgen extra hasta que la primera esté blanda. Agregar la pulpa asada de las berenjenas y un poco de sal y cocinar a fuego fuerte cinco minutos, removiendo constantemente para evitar que la berenjena se pegue a la sartén. Triturar con la batidora de brazo hasta conseguir un puré fino. Dejar enfriar.
Precalentar el horno a 150º C, con calor arriba y abajo. Poner agua a hervir en un cazo para preparar un baño María.
Picar muy menuditos los tomates secos escurridos de su aceite y reservar.
Limpiar los champiñones con papel de cocina para eliminar los restos de tierra. Si estuvieran muy sucios, lavarlos bajo el grifo con un hilo de agua y uno a uno, frotándolos con un cepillito para eliminar la tierra y secándolos inmediatamente con papel de cocina. Una vez limpios, picarlos pequeños.
Disponer en una sartén los otros 20 ml. de aceite de oliva virgen extra y calentar a fuego fuerte. Añadir los champiñones picados y saltearlos durante un minuto. Bajar el fuego, agregar el vino dulce, los tomates picados, el tomillo y sal. Tapar y cocinar 5 minutos a fuego medio. Apartar y dejar templar.
Disponer en el vaso de la batidora de brazo la leche líquida y la leche en polvo. Cascar los huevos y añadirlos. Triturar con la batidora. Incorporar el puré de berenjena y cebolla y volver a triturar. Añadir los champiñones, mezclar con una cuchara y rectificar de sal. Verter la mezcla, que tendrá un volumen aproximado de un litro, en el molde preparado. Colocar éste en la bandeja de paredes altas.
Apagar la resistencia superior del horno y dejar sólo la de abajo.
Colocar la rejilla del horno a media altura y en ella la bandeja con el molde. Añadir cuidadosamente a ésta el agua del cazo, que tendrá que estar hirviendo, de tal manera que cubra unos 2 centímetros del molde de silicona.
Cerrar la puerta del horno y hornear 60 minutos. Pinchar el centro del pastel con una aguja o brocheta para comprobar si está cocido. Para un interior cremoso pero firme, comprobar el punto de cocción a los 45 minutos, la aguja saldrá húmeda y con una miguita de masa. Es el tiempo que yo lo tuve.
Sacar el molde del baño María y colocar sobre una rejilla para que se enfríe. Una vez a temperatura ambiente, filmar a piel y llevar al frigorífico hasta el día siguiente.
Sacar de la nevera al menos una hora antes de consumir para que se atempere. Desmoldar a una fuente, decorar con hojas verdes y semillas de sésamo negro y servir, si se desea, con mayonesa aderezada con mucho perejil picado y un poco de ajo prensado o también con salsa templada de mayonesa y tahini (en proporción 2:1).
A comer.